(Por Rodrigo Guzmán Conejeros*). En 1965, Ernesto Sábato se refirió a la tarea del escritor en tanto creador de artefactos verbales que pueden servir al lector para interpretar lo real: «en el público argentino se ha despertado un interés casi ansioso por develar lo que podríamos llamar el secreto de nuestra identidad.
Se espera, y no siempre con razón, que sean los escritores quienes desenmascaren ese secreto».[1] Sábato revela en esta declaración la importancia de la literatura como creadora de fábulas de identidad que puedan servir a los lectores y a la cultura como un medio de renovar los modos de entender el mundo y evitar de ese modo la cristalización de visiones sobre los objetos, personajes históricos o territorios. Cierto es que las declaraciones de Sábato se entienden en vinculación con una cultura y época (los sesenta) en donde la visión sobre el mundo era un campo de disputa política, pero también lo es en los tiempos que corren, posmodernos o de posverdad, porque el escritor ejerce política produciendo versiones de lo real, más allá de una lucha política contingente, aunque haciéndose cargo del compromiso social que implica postular versiones alternas en diálogo o disputa con las prevalecientes en la cultura, hegemónicas, tradicionales o conservadoras.
Ejemplo de ello es al menos una parte de la literatura patagónica, en obras que interpretan y reinterpretan lo propio construyendo versiones que destacan el paisaje y su historia como una de sus marcas identitarias, sin caer por ello en el costumbrismo o en la reproducción de visiones convencionalizadas sobre el territorio. Tal es el caso de Pequeñas historias del Colorado que usted, lector, tiene en sus manos, que va tejiendo y urdiendo relaciones y estableciendo vínculos –insospechados e insólitos– entre sucesos o personajes «pequeños» (aunque este calificativo resulte engañoso), que son protagonistas de sus cuentos, y grandes hitos o personajes históricos de la Patagonia y de la Argentina: Namuncurá, Julio Argentino Roca, Ernesto Che Guevara o el bombardeo a Río Colorado en 1955 en el marco de la Revolución Libertadora, entre otros. Y el título resulta engañoso porque se trata de historias que aparentemente son pequeñas, pero que esconden en su seno la conexión con la gran historia, aunque mostrando verdades que la historia oficial omite, sin apelar por ello a la denuncia sino mostrando otro pasado posible y virtual que se construye con una visión de la realidad que concilia lo natural y lo sobrenatural; o que, sin cuestionar el orden natural, ilumina de manera inesperada un suceso histórico. De esta manera, logra establecer conexiones secretas e inéditas, develando una historia posible donde se cuestionan o transmutan supuestas verdades de la Patagonia.
Al respecto, el derrotero de este libro se inicia en el mundo que la Conquista del Desierto está a punto de destruir y tiene como protagonista al hombre sagrado, el machi, y la tarea espiritual que le ha encargado Namuncurá, el jefe principal mapuche, frente a los rumores de conquista que circulaban: que utilizara sus poderes para averiguar el destino de su pueblo y su mundo. El machi, en el árbol del Gualicho («Watsiltsum») se conecta con «el axis mundi, el eje cósmico que sostiene al mundo y lo conecta con el más allá», buscando a Roca, esforzándose para tratar de encontrar su huidiza figura, para descubrir azorado que el general es astuto no solo en este mundo sino también en el otro, y esa condición logra sustraerlo de su contacto en el mundo espiritual. Cuando por fin lo encuentra ve en sus ojos el destino sangriento que reclama a su gente –su che– y a su territorio –su mapu– el camino de la civilización.
Ese camino de la civilización produce el espacio patagónico al que se refieren los restantes cuentos del volumen, en los que el autor transita por historias de las épocas de la colonización y formación de la colonia y ciudad de Río Colorado hasta mediados del siglo xx; dando cuenta de la vida de vida de frontera a principios del siglo xx («La larga cabalgata de Rosendo Becaria»); de los colonizadores que produjeron vida gracias al agua de los sistemas de riego, propios de la Patagonia desde su incorporación al Estado nacional argentino («El Pájaro Klein viene volando», «El dolor de la sed»); de los científicos e ingenieros que trabajaron en sistemas de aprovechamiento de recursos naturales, en especial, el agua («La larga cabalgata de Rosendo Becaria», «Un Doctor Fausto en la Patagonia»); y, finalmente, de lo que ocurre en pequeños pueblos de la Patagonia donde parece que no pasa nada, pero pasa… y lo que sucede es extraordinario («El amor y la muerte van en bicicleta», «La hora del fantasma», «Bombardeo al Paraíso»).
En todos los cuentos del volumen se observa la pretensión de postular versiones alternas tanto de la historia como del modo de codificar lo real, ya que algunos de sus espacios ficcionales están habitados por entidades sobrenaturales de todo tipo (espíritus primordiales, fantasmas, dioses olímpicos, torbellinos de energía e incluso la Muerte) y con personajes que son capaces de percibir o al menos atisbar un orden oculto, que da cuenta de la existencia de un orden de lo real que supera los postulados racionalistas o cientificistas. En otros cuentos donde no se cuestiona el orden natural, sin embargo también se señalan conexiones inesperadas y órdenes de percepción distintivos que terminan resignificando los sucesos históricos referidos, develando datos ocultos o la conexión inesperada entre personajes que explican sucesos históricos.
De esta manera, en el libro se exploran modos alternos de configurar la historia de la Patagonia que muestran la diversidad de las percepciones acerca de lo real en debate con el proyecto moderno,[2] que incorporó la región al territorio nacional en el imperativo de cambiar su sentido: de desierto a tierra del progreso, lo cual justificó la matanza, persecución y el robo de su territorio al pueblo mapuche-tehuelche, fundamentalmente a partir de la década de 1870.[3] Sin embargo, el libro muestra que esa concepción moderna no ha dejado de entrar en contradicción con la visión del mundo de los habitantes originarios y de los inmigrantes que poblaron y colonizaron estas tierras, en las que se postula la existencia de un orden de lo real donde lo sobrenatural coexiste con lo natural de manera armónica, en formas literarias que transitan en distintos cuentos entre el género maravilloso y el neofantástico, mostrando que el orden de lo real esconde en verdad un cúmulo de versiones del mundo que resultan irreductibles a los dictámenes del racionalismo y el cientificismo. Por otro lado, los cuentos que no implican el cuestionamiento del orden natural muestran, sin embargo, el cuestionamiento al proyecto moderno al develar o permitir atisbar los horrores del capitalismo y de la lucha política, y aún mostrando su carácter contradictorio: con personajes que son avanzadas del progreso (ingenieros y técnicos, incluso el mismo Roca) pero que, sin embargo, revelan sus aspectos siniestros pues se conectan con poderes fácticos que justifican el camino de la civilización mediante el genocidio de los pueblos originarios o el amedrentamiento de colonos. Asimismo, en algunos cuentos los civilizados se revelan en conexión con seres de dudosa materialidad, como fantasmas o demonios, o revelan poderes sobrenaturales que no deberían existir, de acuerdo con la cosmovisión cientificista y materialista.
En definitiva, Pequeñas historias del Colorado expresa el posicionamiento del escritor en tanto productor de fábulas de identidad que se constituyen en modos de comprender lo real, que no niegan la modernidad y sus efectos (la creación de oasis artificiales producto del riego, por ejemplo, que tanto han transformado el paisaje patagónico a lo largo de sus ríos principales), pero sí sostiene la existencia de un mundo (o de un modo de concebir al mundo) que va más allá de las limitaciones propias de la racionalidad, el sistema de pensamiento propio de la modernidad; mostrando así que el proyecto moderno no pudo eliminar las concepciones sobre lo real que sostienen la coexistencia armónica de lo natural y lo sobrenatural, como era su propósito.
Por otro lado, la modernidad se sostiene sobre un tiempo siempre futuro, que implica una intención destructiva de lo real en el presente, negando también el pasado; lo que explica la intención de los modernizadores que quisieron sumar al territorio al proyecto modernizador eliminando primero el mundo de los mapuche-tehuelches, para luego transformar la naturaleza a fuerza de cálculos racionales que modificarían de manera irreversible el carácter originario del territorio para transformarlo en una «tierra del progreso», poblada de colonizadores de origen europeo. En ambos gestos, la modernidad niega lo real y lo reemplaza por realidades que ella misma construye y que son, de hecho, versiones limitadas o empobrecidas de lo existente pero que, por imposición de los sistemas de poder, se han asumido por generaciones como imágenes auténticas y verídicas sobre el territorio. Ello explica la constitución de discursos y normas que aún hoy en día cifran el futuro de la Patagonia sobre la base de la destrucción de la naturaleza y de la negación de las versiones alternas o resistentes a las hegemónicas, tal como se expresa en «Un doctor fausto en la Patagonia»: «en ese fuego se quemaban también los últimos atisbos del atraso, de la resistencia irracional a un mundo nuevo y mejor. En ese pequeño infierno se estaban consumiendo simbólicamente los obstáculos al progreso y al arribo de la era moderna».
Frente a ello, el autor se ubica en una posición posmoderna porque asume un posicionamiento crítico respecto de versiones entendidas como verdades incuestionables sobre la Patagonia desde su incorporación al Estado nacional a partir de 1879, y ello se manifiesta en el poder de la imaginación que le permite postular «ucronías», es decir versiones alternas de la historia, ampliando de ese modo la capacidad de decir sobre el mundo que Roland Barthes concibe como la «fuerza semiótica» propia de la literatura porque permite el «actuar de los signos»[4] para dar cuenta de la heteronimia de las cosas.[5] De esta manera, Walter Nievas asume el rol de escritor en tanto «proveedor espiritual de su público», en palabras de Ángel Rama,[6] porque asume el riesgo de conmover sentidos cristalizados o congelados acerca del territorio y, por ello, es posible leer su obra como un espacio de discusión acerca de la identidad patagónica.
[1]Prieto, Adolfo (1983). Los años sesenta. Revista Iberoamericana, XLIX, (125).
[2]La modernidad es un periodo histórico que se originó en Europa occidental en el Renacimiento (siglo xv) y se expandió globalmente hasta nuestros días, aunque ha entrado en crisis en sus fundamentos desde comienzos del siglo xx en el fenómeno cultural denominado posmodernidad. Su expresión histórica más distintiva fue el Iluminismo o Ilustración, un movimiento cultural nacido también Europa en el siglo xvii (llamado por ello «Siglo de las Luces» o «Siglo de la Razón») que se caracterizó por la preeminencia de la razón y de las ciencias naturales. La modernidad implica una racionalización de la naturaleza y de la sociedad en búsqueda del progreso. En este sentido, la relación humanidad y naturaleza está marcada por el uso instrumental de la naturaleza para asegurar el progreso y el sistema capitalista, mediante la utilización de tecnologías desarrolladas por la ciencia.
[3]Es cuando el país implementó un proceso de «modernización» de gran amplitud, que implicó la transformación de las estructuras sociales y culturales mediante la educación pública, la inmigración europea, el tendido de redes ferroviarias y de telégrafo, la incorporación del desierto a las actividades productivas y la introducción de técnicas y tecnologías novedosas en el sector agropecuario. Tales transformaciones, que en la primera mitad del siglo xix se habían visto obstaculizadas por el clima de lucha interna que caracterizó la historia nacional, cambiaron la faz del país pues se incorporó al sistema económico mundial como proveedor de recursos primarios (Argentina como granero del mundo), en un modelo capitalista dependiente del área de influencia británica que le reportó grandes beneficios económicos a la oligarquía que gobernaba en esos momentos y permitió la modernización cultural y del estilo de vida.
[4]Barthes, Roland (1996). El placer del texto. México: Siglo xxi.
[5]Perilli, Carmen (1999). Colonialismo y Escrituras en América Latina. Lecciones de literatura latinoamericana. Tucumán: Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional de Tucumán.
[6]Rama, Ángel (1983). Literatura y clase social. México: Folios.
*Rodrigo Guzmán Conejeros es profesor en Letras y especialista en Literatura Hispanoamericana del siglo xx. Profesor adjunto de Literatura Argentina en la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) y del Seminario de Periodismo Cultural en la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN). Como investigador, indaga sobre la literatura fantástica argentina y los relatos de viajeros a la Patagonia.