Fabiola Soria contra los monstruos reales Destacado

Jueves, 16 Mayo 2019

(Por Diego Rodríguez Reis*). Plinio el Viejo, en su Naturalis Historia (XXVIII, 6), dice que el espíritu humano, para combatir algunas enfermedades, llega a concebir remedios monstruosos, tales como beber sangre humana o devorar cerebros de niños. Para ilustrar su condición, la llama monstrorum artifex (artífice de monstruos). Borges retomará ese concepto en su ensayo «Oscar Wilde», donde postula la imagen del poeta como un «laborioso monstrorum artifex».

Fabiola Soria ha publicado los cuentos de ciencia ficción de Arquetipos (que he tenido la oportunidad de prologar), los poemas de Todos los rostros y los textos breves de Maldita humanidad. Pero es en los relatos de su último libro, El banquete de los monstruos, en donde Fabiola se revela cabalmente como una verdadera monstrorum artifex.

Ya desde el vamos, en el título mismo del libro está cifrada la clave de lectura de la obra: allí vemos relucir dos elementos, uno de orden cotidiano (el banquete) y otro de orden fantástico, sobrenatural (los monstruos). La palabra que me surge inevitablemente a los labios es frontera. ¿Por qué? Porque en todo texto de Fabiola Soria, en todo texto soriano, la marca de la narradora es esa: las dobles fronteras entre lo real y lo fantástico, entre lo fantástico y lo maravilloso, se difuminan, se falsean o directamente se rompen. En los relatos de El banquete de los monstruos lo celestial y lo terrenal están sometidos a las mismas y severas contingencias.

Esta circunstancia me remite a aquello que señala Alejandro Dolina en El libro del fantasma: el milagro es la intrusión de lo extraordinario en la vida cotidiana y (por ello mismo) es un problema de imposible solución. Un resucitado no cabe en ninguna figura civil, susceptible de derechos y obligaciones. Su aparición solo puede acarrear molestias: los herederos deben restituir herencias que ya han dilapidado, los acreedores deben reintegrar sumas que ya fueron utilizadas para saldar otras deudas. Un milagro, dice Dolina, es ante todo un inconveniente civil.

En esa misma senda están urdidas las ficciones de El banquete de los monstruos. En ese más allá, persisten los derechos y (lo que es peor) las obligaciones: el comercio con el otro mundo comprende al acaso más complejo universo burocrático. Los monstruos y fantasmas (seres sobrenaturales) que pululan por este libro están sujetos aún a determinadas leyes naturales y sociales: trabajan, pagan impuestos, conducen vehículos, padecen hambre y frío.

Esta convivencia de ambos mundos se ve fielmente reflejada en el texto llamado «Aptitud laboral»:

«En su currículum mencionó todo lo que sabía y de lo que era capaz. No solo incluyó sus conocimientos en computación e inglés, sino que también puso que podía atender a un familiar enfermo e inmortal, lidiar con los monstruos que su hermana invocaba cada noche y, si le quedaba tiempo, alimentar a las plantas carnívoras del jardín, que eran de la colección de su madre. En lugar de contratarla, la hicieron sacar por un psiquiatra. El psiquiatra la evaluó, pero no la internó. La contrató como instructora de los seres imaginarios de los internos que, para entonces, estaban fuera de sí.»

Los monstruos sorianos son monstruos terrenales. Y aquí es imposible no hacerme eco de la reflexión de Fabiola sobre sus propios textos, sobre el orden ontológico de los seres que protagonizan sus textos. Son monstruos que no provocan tanto espanto como ciertos monstruos modernos. Cito el texto llamado «Sindicato»: «Ciertamente, los monstruos convencionales –el cuco, las brujas, el viejo de la bolsa, la llorona- perdían terreno frente a los terrores del mundo real». Por eso, los monstruos deciden sindicarse y efectuar un reclamo colectivo: piden un mundo menos violento en el cual poder afectivamente, de nuevo, poder causar terror efectivamente. «Si lo conseguían, sentencia el texto, los monstruos podrían volver a asustar –de mentira, mentirita- otra vez».

En la autoexégesis Quién teje (que figura en todos los libros de la presente colección) Fabiola confiesa: «El banquete de los monstruos no está pensado tanto desde el miedo, sino desde la nostalgia del miedo, y eso es porque prefiero temer a los monstruos de antes pues, para los de ahora, me encuentro indefensa». Recordemos aquella célebre sentencia de Joseph Conrad, quien dijo que la realidad ya le parecía lo suficientemente compleja y terrible como para tener que ponerse a escribir literatura fantástica.

Una observación final sobre estos monstruos, los monstruos literarios: su aparición en escena, merced a una serie de recursos técnicos, provoca en el lector un extrañamiento (una ostranenie, como postularon los formalistas rusos) que nos habla a las claras de que estamos en presencia de monstruos y fantasmas «de mentira». Me hago eco de las palabras de Fabiola: más temibles son esos monstruos modernos, que meten miedo de verdad, porque se confunden con la realidad. Y a fuerza de confundir, terminan siendo la realidad misma.

Como escribió Borges en su cuento «Los teólogos», las herejías que debemos temer no son las herejías escandalosas, sino aquellas que pueden llegar a confundirse con la verdad.

* Diego Rodríguez Reís es poeta y docente. 

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