Acerca del porqué escribir un libro y otras banalidades

Miércoles, 11 Julio 2018

¿Por qué habría que escribir y editar un libro? En este artículo reflexionamos a partir de seis posibles respuestas a esta pregunta. 

Esta pregunta, que a simple vista puede resultar evidente –transparente–, nos permite abrir puertas para reflexionar acerca de las creencias y valores desde los cuales partimos para pensar nuestra empresa escrituraria y editorial. En principio, partimos desde dos presupuestos. Uno: tenemos una idea para contar. Dos: la mejor estrategia para comunicar nuestra idea es publicar un libro... Ahora bien, el primer presupuesto no tiene relación directa con el segundo; de manera que esto habilita la pregunta acerca de si no es mejor comunicar nuestra idea a partir de un artículo científico, una nota de divulgación o una columna en un programa de radio. Pero no es aquí donde queremos detenernos.

Hacia el desarrollo del presupuesto dos nos dirigiremos, entonces, tratando de dilucidar por qué habría que escribir y editar un libro –más allá de la frase popular que iguala libros con hijos y árboles–. Para resolver una pregunta tan cargada de sentidos comunes hemos elegido con albedrío e intencionalidad algunas banalidades para detenernos con nuestros lectores (entre los cuales nos imaginamos –no sin brillo en los ojos– que puedan estar nuestros futuros autores). Vamos.

 

Banalidad 1. Un libro es un conjunto de textos que forman un volumen. Esta es una adecuación que hacemos de la primera acepción que recoge el Diccionario de la Real Academia Española, ya que la institución habla de “(un) conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Y es que el concepto contemporáneo del libro exige pensar más en términos de contenidos fluidos que puedan ser leídos en diferentes dispositivos técnicos (entre los cuales el libro papel es uno más). Luego, en el marco de lo público, la Ley 25 446 de Fomento del Libro de la Argentina “reconoce en el libro y la lectura, instrumentos idóneos e indispensables para el enriquecimiento y transmisión de la cultura”. Por último, dentro del mundo editorial latinoamericano, tal vez el concepto más divulgado para pensar al libro es el de los bienes simbólicos de Pierre Bourdieu: «(son) realidades de doble faz, mercancías y significaciones cuyos valores simbólico y mercantil permanecen relativamente independientes, aún cuando la sanción económica reduplica la consagración cultural (intelectual, artística y científica)» («El sentido social del gusto»). Subrayamos por ahora tres palabras: valores simbólico y mercantil.

 

Banalidad 2. Un libro supone ciertas destrezas, entre las cuales la escritura y la lectura son insoslayables. Y uno de los binomios a partir de los cuales puede pensarse la escritura es la diferencia con la oralidad. La primera, a diferencia de la segunda, nos permite almacenar informaciones y transportarlas a través del tiempo y el espacio. También recortar los enunciados de su contexto, lo que provoca un texto cerrado sobre sí mismo y con un juego de localizaciones intratextual (Maingueneau y Charaudeau, «Diccionario de análisis del discurso»).

 

Banalidad 3. Cada título, capítulo, texto, tiene que tener correspondencias y vincularse con las partes y el todo en algún punto. Para que esto suceda, es fundamental poder determinar un hilo conductor (ya sea temático, formal, etc.). Esto, que puede parecer muy evidente, no lo es tanto en algunos manuscritos, donde o bien falta ese hilo, no hay correspondencia entre los capítulos o bien falta una introducción que presente y de cuenta de los contenidos y claves de lectura, por ejemplo. Y es que un libro permite sistematizar y poner en relación diferentes aspectos de un mismo tema, profundizar, hacer explícitos un conjunto de saberes (teóricos, documentales, epistemológicos) que suelen aparecer dispersos y/o informales, o que se encuentran disgregados en el conjunto de diálogos que se mantienen en una sociedad. La tarea, pensada desde este punto de vista, es enlazar, vincular. Así aparece el tema del autor.

 

Banalidad 4. Los libros tienen autores que se responsabilizan por los contenidos. Pero ¿qué es un autor?, más allá de un nombre propio al lado del título de la obra. Ya hemos compartido aquí un concepto de autor. También nos resulta interesante pensar a partir de otro punto de vista: el autor es un facilitador de condiciones para que el lector pueda producir conocimiento. Ahora bien, ¿de qué conocimiento estamos hablando?

 

Banalidad 5. El libro es importante para la democracia de un pueblo. Y es que el circuito de producción, reproducción y difusión necesario para que un libro pueda ser leído está sostenido sobre la misma base de creencias y valores que fundamentan la vida democrática-liberal y la concepción moderna de la comunicación libre y legítima. Vale aquí recordar momentos nefastos de la historia cuando en algunos países, como el nuestro, Gobiernos no democráticos quemaron libros y propiciaron la censura y autocensura.

 

Banalidad 6. El libro perdura en el tiempo. Ante el peso del trabajo y horas-vida que requiere la escritura de un libro, podemos preguntarnos cuánto durará la actualidad de esa obra y si terminará sosteniendo un monitor de PC a la altura deseada o en alguna otra función más vinculada a su naturaleza física que a sus contenidos. La respuesta es falible, pero lo más probable es que el libro en algún momento deje de tener una actualidad merecedora del escaparate; sí puede ir ganando valor como registro de la historia. Y para que eso suceda, es necesario que la escritura sea sometida a técnicas de edición. Los editores modernos apuntan a llegar a un lectorado amplio, para lo cual buscan estrechar distancias y actualizar las normas gráficas legitimadas por el mercado donde circulan las ideas y los libros. Así es que, parados en el medio de la historia, se ven en la necesidad de resolver acerca de temas complejos y controversiales como, por ejemplo, el lenguaje inclusivo. Y negocian sentidos y prácticas entre una búsqueda de ampliación de la legibilidad y la batalla cultural que se libra en el lenguaje.