En mi trabajo de investigación analizo diferentes miradas ambientales sobre el Parque Nacional Nahuel Huapi y también, con Maia Gattás Vargas, desarrollamos un proyecto llamado Laboratorio Isla Victoria que busca integrar ciencias, artes y filosofía para repensar las representaciones de la naturaleza en la Patagonia. En este recorrido, dentro y fuera de la academia, la escritura estuvo de múltiples formas. Tal vez la principal consistió en escribir para pensar y pensarme, para situar una pausa desde las letras que me permitiese armar ideas o entender acontecimientos, como un modo de explorar y construir sensaciones y pensamientos. En la escritura –y sobre todo en esa libertad de la escritura íntima que acumulo en cuadernos desde la adolescencia– encontré ciertos tejidos entre mi devenir personales y los problemas ético-políticos que me convocaban y se cruzaban en mi trabajo de investigación (siguiendo al lema feminista lo personal es político). De hecho, en algunos casos, mis trabajos académicos comenzaron con poemas, desde ese transcurrir de la memoria, la experiencia y las lecturas hacia las palabras y los versos, los ritmos. La poesía me permitió reunir lo íntimo con lo teórico, reconocer que los problemas que quería estudiar se entrecruzaban con emociones, historias y relatos propios. En 2013 empecé a participar en encuentros de poesía oral, en los que los ritmos de la palabra hablada generaban otros territorios, otra musicalidad, otro fluir. También encontré en el colectivo de poetas un espacio para compartir y estimular la lectura, la escritura y la escucha. En el mientras tanto fui escribiendo otros ensayos, artículos y una tesis que, en otro registro, sigue a su modo esa búsqueda infantil sobre las diferentes formas de lo viviente y nuestros modos de relacionarnos con ellas.