En primer lugar, creo que es destacable que en esta mesa se hayan dado cita los tres pilares que participan en la constitución de la Literatura como institución literaria y podríamos también pensar que en esta representación del proceso de escribir-publicar-leer nos encontramos frente a una concepción de la literatura como lectura, porque «toda obra literaria está dirigida hacia fuera, (es exotópica) al oyente lector, y en cierta medida anticipa sus posibles reacciones» (Bajtin, 1986). Es por eso que me gusta pensar que en el encuentro con la crítica la literatura conserva siempre su esencia que es la provocación, por lo que ante la pregunta qué leemos vale responder «leo aquello que me interpela».
Por otra parte, también me parece muy importante que en este espacio para la conversación se dé lugar a distintas voces y puntos de vista como un modo de plantear la importancia del estudio exhaustivo del campo intelectual de la región, que entiendo es aún un espacio vacante para la indagación. Este es un aspecto que no es menor particularmente en lo que al agenciamiento de la crítica cultural se refiere, por varias razones. Una de ellas, tal vez una obviedad, es que la crítica es una práctica y en tanto tal produce un modo de leer en y desde una institución, llámese universidad, periodismo, escuela, hoy también a través de los tecnología digital, por lo tanto, el discurso crítico no se queda en el ámbito especializado solamente sino que trasciende sus muros, por lo que selecciona qué leer, pone a circular algunos textos y también invisibiliza otros. Es un puente entre el canon y el corpus y en este sentido es un dar a leer. Y si como afirma Jorge Larrosa (2000):
leer no es solo comprender el texto, quizá pensar no es solo argumentar, y es posible que dar no sea solo ofrecer un instrumento para conseguir con el ciertos efectos previstos y prescritos […] la lectura empieza a ser interesante cuando tenemos que leer lo que no sabemos leer, lo que no se adapta a nuestros esquemas previos de comprensión. La lectura entonces desafía la seguridad de nuestro saber leer, violenta la estabilidad de nuestros modos habituales de comprensión.
Ese es entonces el desafío ¿Cómo dar a leer un corpus que tiene parámetros locativos (como es el caso de la literatura de la Patagonia por ejemplo) y desde allí repensar la organización de la producción literaria y cultural?
Consecuentemente, no nos resulta ajena la concepción de que la crítica es un modo de leer[1] y leer es una actividad cuyo efecto y en algunos casos su objetivo es «dar a pensar», es decir, que tiene que ver con abrir la posibilidad de leer de otra manera y, por consiguiente, de pensar de otra manera, por lo tanto, actúa como un factor determinante para la producción de un conocimiento decolonizador, desde lugares diferenciados de enunciación. Ángel Rama dice que «la cultura es un campo de lucha y el crítico debe asumirse como productor de cultura desde una posición política definida» y nos deja en este enunciado un interrogante ¿cuáles son los alcances de esa posición política en la región?
Si bien como dije antes haría falta un estudio más exhaustivo del campo me interesaría destacar ciertas operaciones de la crítica académica en relación con la literatura de la región que entiendo son senderos ya señalados y abiertos para que se les dé continuidad en virtud de su impacto en el campo literario. Me refiero al rol de las universidades regionales donde se localizaron investigaciones y acciones que les dieron visibilidad a los autores de la región al poner a circular un corpus literario muy rico en el ámbito académico y vincular la práctica critica con la práctica literaria, lo que coincidió con el posicionamiento de autores políticamente comprometidos con su lugar y su trabajo. Es el caso de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco en la que los equipos de investigación se formaron desde los años 70, y en la que también se ha creado una cátedra de Literatura Patagónica en la carrera de Letras.
Se trata de investigaciones localizadas que además han dedicado sus esfuerzos insistentemente en instalar otros modos de leer la literatura que se produce sobre la Patagonia. En este sentido, recordemos la producción critica de la Universidad Nacional del Comahue en relación con los relatos de viajeros.
Luego, en nuestra experiencia de lectura más reciente, es importante el rol de la Universidad Nacional de Rio Negro que deviene de una política cultural muy rica en sus fundamentos A través de la creación de Editorial UNRN y su colección La tejedora se ha propuesto «generar lectores, ir en busca del público, poner a su alcance un abanico de autores regionales, un bien común que carece de promoción y difusión en la propia provincia».[2] Con esta idea ha constituido un acervo editorial de literatura de la región de acceso virtual, además de físico. Este hecho concreto merece algunas reflexiones.
En primer lugar, el formato de difusión virtual de las obras nos obliga a observar la tendencia de esta época a «ampliar la esfera espacial del arte» y por lo tanto a pensar la frontera como un espacio poroso y móvil que es la fuente de la creatividad y de la diversidad (Lotman, 1996).[3]
En segundo lugar, es significativo que la publicación de este corpus literario esté acompañada de una Guía de lectura para docentes, porque se produce un interesante vínculo con el área de Educación para que los textos lleguen a las escuelas. Además, no solo se facilita la accesibilidad, sino que se desarrollan ateneos que promueven su lectura y fundan una práctica crítica colectiva sostenida por la Universidad Nacional del Comahue, por lo que tiene además el mérito de articular distintas instituciones.
En tercer lugar, resulta relevante que se transiten diversos géneros: narrativa, poesía, ensayo.
Para concluir quisiera puntualizar que es muy auspiciosa la conformación del campo con autores que se presentan como lectores y descubren su biblioteca, por lo que nos habilita a reconocer sus filiaciones y también nos deja una puerta abierta para pensar los textos como «metáforas del funcionamiento del poliglotismo cultural» (Lotman, 1996).
Como consecuencia le plantea a la crítica el desafío de dar cuenta de la complejidad de articulaciones que rigen estos textos que se producen en la región, textos que nos interpelan y nos invitan a proponer otros modos de leerlos. Un modo que pueda dar cuenta de la «glocalización de la cultura». [4]
Pese a los reconocidos esfuerzos la crítica especializa tiene aún una cuenta pendiente con los autores y la literatura producida en Río Negro.
* Adriana Goicochea es doctora en Letras y docente de teoría y crítica literaria en el Profesorado en Lengua y Comunicación Oral y Escrita del Centro Universitario Regional Zona Atlántica de la Universidad Nacional del Comahue. Esta es la exposición que realizó en el segundo conversatorio sobre «Editoriales y lectores en la Patagonia», realizada en Viedma el 19 de octubre de 2019, en el marco de la Feria Municipal del Libro.
Bibliografia
Aran, Pampa y Barei, Silvia (2001). Texto/Memoria/Cultura. El pensamiento de Iuri Lotman. Córdoba: Ed. Universidad Nacional de Córdoba.
Bajtin, Mijail (1986). Problemas literarios y estéticos. La Habana: Editorial Arte y Literatura.
Barei, Silvia (Ed.) (2014a). Iuri Lotman, in memoriam. Córdoba: Facultad de Lengua.
Barei, Silvia (2014b). Configuraciones migrantes. El «ensemble» en la frontera de arte y cultura. Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba.
Larrosa, Jorge (2000). Dar a leer, dar a pensar... quizá... entre Literatura y Filosofía. En Filosofía para niños: discusiones y propuestas. Buenos Aires: Ediciones Novedades Educativas.
Larrosa, Jorge (2012). Experiencia y pasión. En versión digital: https://revistamalgama.files.wordpress.com/2012/11/experiencia_y_pasion.pdf
Lotman, Iuri (1996). La semiosfera I. Valencia: Ed. Frónesis-Universitat de Valencia.
Lotman, Iuri (2000). La semiosfera III. Valencia: Ed. Frónesis-Universitat de Valencia.
Palermo, Zulma (Comp.) (2006). Cuerpos(s) que importan. Representación simbólica y crítica cultural. Salta: Universidad Nacional de Salta-Ferreira Editor.
[1] Siempre será necesario advertir que este concepto acuñado por Josefina Ludmer proviene de proviene del título de un gran libro de John Berger Modos de ver, pero no solo imita el título sino también el espíritu de ese texto y su propuesta teórica, y sobre todo el planteo ideológico.
[2] Ver UNRN, La tejedora. Proyecto de edición de autores rionegrinos (Resolución Rectoral 18/1121).
[3] Sostiene Silvia Barei (2014b) que «en una traducción posible a un pensamiento crítico latinoamericano, el marco teórico epistemológico elaborado por la Escuela de Tartu y su análisis de la economía simbólica cultural a partir de las nociones macro de “semiosfera” y de “fronteras” (Lotman, 1994, 1996, 1998, 2000) propone el desarrollo de formas alternativas de conocer, permiten repensar el régimen de visibilidades sociales, los modos de modelizar el mundo y desemantizarlo desde una perspectiva propia que toma conciencia de las diferencias, la lucha entre los signos y los distintos “tratos” con los textos –no siempre autorizados por la representación hegemónica».
[4] Zulma Palermo dice que «según Arturo Escobar, la glocalidad refiere al hecho de que el mundo no es solo global, sino que también continúa siendo local, y que las localidades cuentan para los tipos de globalidad que desearíamos crear» (Barei, 2014a)