Graciela Cros lee «La ruta de ícaro» Destacado

Viernes, 05 Abril 2019

(Por Graciela Cros*). De este libro me gustaron muchas cosas, me gustan, y creo, sin dudarlo, me seguirán gustando y es probable que a medida que pase el tiempo y vuelva a releerlo, me gusten cada vez más.

 

Es una lectura que invita a la relectura. Como decía el maestro de escritores Vladimir Nabokov en sus extraordinarias Lecciones de Literatura: «Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un re-lector. Los libros no se deben leer: se deben releer».

Y así sucede con La ruta de Ícaro. Al llegar a la última página queremos volver a la primera y recomenzar el viaje.

Hay en la poética de Carina Nosenzo una tensión que se resuelve en equilibrada síntesis estética; hay también un potente registro crítico, expresionista, de la realidad, y a la vez hay algo cercano, casi familiar, un tono, una atmósfera que logra incluir al lector en un marco de pertenencia común.

La Patagonia, sus mujeres, familias, la lucha por la existencia en el tamiz de un trabajo de escritura minucioso, como si cada verso fuera una frase musical, tal como pedía otro maestro de escritores, Ezra Pound.

Carina explica en el acertado epílogo –una suerte de «arte poética Nosenzo»–, que escribió el libro pensándolo «como una composición musical» jugando con «distintos ritmos que crecen o disminuyen», como en una sinfonía.

Empezamos por el final (del libro) porque ahí hay algo muy interesante. Hay una sección que pregunta «¿Quién teje?», una suerte de sello de agua de la colección La Tejedora que da a los autores la oportunidad de plasmar una bio-bibliografía para que el lector los conozca un poco más.

Carina Nosenzo no solo hace la nota bio-bibliográfica sino que, además, agrega un artículo o pequeño ensayo reflexivo al que titula «El viaje de la lectura y la escritura» y trata de la cocina de su poesía, aquellos ítems que le funcionan a la hora de escribir. Esto no es común en libros de poesía pero con la poeta Nosenzo tenemos que estar abiertos a la sorpresa, a lo inesperado.

Comenzando por el título del libro: La ruta de Ícaro. Ícaro, el que voló tan alto que el sol derritió la cera de sus alas y cayó al mar. Una metáfora. La autora sabe muy bien de qué habla, así la define:

«La metáfora es la mejor forma de conocer y dimensionar lo que nos queda después de las sucesivas crisis -dice-, lo que queda después de la explotación de los hombres y la tierra, después del progreso de la violencia, lo que queda después de la pobreza».

La poeta habla del viaje de leer y escribir y lo asocia a su vida cotidiana ya que, explica, viaja por la ruta para ir a trabajar y estudiar y es en ese paisaje de las chacras valletanas donde descubre historias, intuye personajes, relaciona detalles. En ese viaje va hacia algún lugar y nos propone la figura de Ícaro, el que voló tan alto porque buscaba algo que estaba más allá, y parece preguntarnos, ¿no es eso lo que pretende la poesía?

¿Por qué Ícaro entonces?

Porque hay que aprender a volar nos dice la poeta.

En la página 22 leo, precisamente en el poema llamado «La ruta de Ícaro»:

como el río se robó nuestros pies

para devolvernos manos

y ahora caminamos, los muñones

vendados

entonces

entonces tendremos

que aprender a volar

Hacerlo como imperativo vital, aprender a volar.

El libro se abre con una cita de Rilke que nos pone en ruta a nosotros, lectores: «sentimientos, (dice Rilke) se tienen demasiado pronto», y luego la obra continúa con «Cuatro versiones para Irma Cuña», allí parece dialogar con la gran poeta neuquina, y es en ese poema inicial dividido en cuatro partes donde asoma la lírica delicada, sobria, como la verdad de la naturaleza presente en toda la obra, desde las flores azules, las ortigas, chañares, frutales, el río, la tierra, las semillas, los maizales, un universo donde la naturaleza les crecía en los pies, pero también la realidad y sus fríos recortes:

Hubiéramos sido felices

pero la oscuridad se sentó

sobre nuestras rodillas

Y termina diciendo:

los perros,

que se acercaban a oler nuestras manos

como si fueran sobras

Hay también espacio para el Desierto:

Si me voy de viaje digo palabras con la letra m: médano, meseta, muerte, me muevo al sur de una palabra. Voy y vengo, esparciéndome como agua en una mesa de madera.

Aquí me detengo, cómo no hacerlo, ¿les mencioné la belleza de las imágenes en la poética de Carina Nosenzo? ¿Esparciéndose como agua en una mesa de madera?

Y la poderosa conclusión de «Nocturno Epílogo», el poema final, esa pintura que la autora cuenta que tenía en mente, como una pintura posapocalíptica, y dice , «el futuro ya llegó» como en la letra de Los Redondos, «un futuro nefasto» en el que

cosecharemos frutas de naturaleza débil

mientras su jugo

llena de hambre los cajones.

Felicito a Carina Nosenzo por esta obra de gran poesía y a la colección La Tejedora por estas magníficas ediciones, y espero haberles hecho llegar mi genuino entusiasmo por este libro que mucho, mucho, les recomiendo leer.

* Graciela Cros es poeta y narradora, considerada como maestra de poetas.  

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